Podría entenderse como una herejía, que algunos estudiosos del saber penal dejen a un lado el ágora Judicial y sus hábitos de monjes adoradores de sistemas y procedimientos, además de muchas de sus parafernalias legales y con firme decisión, como caballeros templarios, manifiesten su desánimo y encaren con franqueza que mucho de eso, que ha sido el Sistema Judicial Colombiano donde, de alguna manera han experimentado su rigor metodológico y funcional, y gastado mucho de su vida, no ha sido otra cosa que un escenario donde la justicia se muestra como algo aparente, selectivo, tardío, manipulada.
Esta percepción u opinión crítica, propia del Derecho de Expresión (Corte Constitucional, Sentencia T-256/13), pero necesaria, puede sin duda, conllevar un descontento general, una afrenta para tan creída institucionalidad de poder público. La subjetividad y susceptibilidad de algunos caerá como borbollones; no obstante, habrá otros para los que sí es posible, encuentren caminos y voces convergentes, pero muy seguramente algunos de los ofendidos irán con piedras en la mano a promover la repugna y dilapidación por tal afrenta; y otros, sin perplejidad alguna, observarán de reojo y sin inmutarse, verán que el volcán en erupción arroja lava roja y caliente.